La madrugada del martes 18 de noviembre, la quebrada El Hato en Silvania (Cundinamarca) se convirtió en escenario de una tragedia desgarradora: una creciente súbita, producto de lluvias inclementes, arrastró un carro con cinco miembros de la familia Villota Escandón.
La razón por la que ese vehículo estaba en esa vía tan peligrosa no era un descuido cualquiera: la familia tenía una finca rural en Silvania, llamada “El Refugio”, donde albergaban a perros rescatados. Ese lugar no era solo una propiedad, sino un legado de amor: hace poco, una hija había fallecido y ellos quisieron rendirle homenaje cuidando animalitos y dando refugio a mascotas abandonadas.
Según sus allegados, era costumbre que la familia viajara los fines de semana desde Bogotá hacia su finca para verificar el estado de los perritos, lavar los caniles (espacio cerrado, construido para perros) y mantener vivo ese ideal de servicio y compasión. En ese último puente festivo hicieron ese trayecto como muchas veces, sin imaginar que la naturaleza tendría esa respuesta tan cruel.
El dolor se agrava: del vehículo solo sobrevivió una joven, Sara Gabriela, quien relató cómo uno de los vidrios explotó con la presión del agua y le permitió escapar. Lamentablemente, el cuerpo de su abuelo, Segundo Miguel Villota, fue hallado sin vida, y otras tres mujeres —su madre, su hermana y su sobrina— siguen desaparecidas.
Los familiares claman porque la búsqueda no se detenga. Además del dolor humano, hay otra señal de tragedia: solo se han encontrado dos puertas del carro, lo que indica la magnitud de la destrucción causada por la corriente.
Para la gente del Sumapaz —tan cercana a las realidades rurales y los desafíos de la naturaleza — esta historia conmueve doble: no solo por la pérdida de vidas humanas, sino porque revela la fuerza del compromiso de una familia con los más vulnerables, incluso en medio de su propio dolor. Y es precisamente ese espíritu —de servicio, amor y responsabilidad— el que debemos valorar, acompañar y honrar.
Emisora Nueva Época.





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