Situada a 2.595 metros de altitud, en el municipio de Sesquilé, la Laguna del Cacique Guatavita se presenta hoy no solo como un refugio ecológico, sino como el corazón de la Leyenda de El Dorado que cautivó a los colonizadores. Este cuerpo de agua de tonalidad verde esmeralda, rodeado por la neblina andina, ha sido destacado por la ONU Turismo como un paradigma de destino rural donde perdura la espiritualidad muisca.
Un viaje entre patrimonio cultural y natural
La Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) promueve entre los visitantes el recorrido por sus caminos de educación ambiental, donde se explica la ceremonia de coronación de los antiguos gobernantes, quienes se sumergían adornados con oro en tributo a sus deidades. Más allá del metal, la verdadera riqueza del lugar está en su hábitat de páramo y en los kusmuy (sitios sagrados) que los turistas pueden admirar durante la visita.
Reglamento de acceso y costos para su conservación
Para acceder a este Espacio Ambiental Didáctico, la CAR ha implementado un reglamento riguroso que busca proteger el área: no se permiten mascotas, comida ni vuelos con drones. Las visitas, de alrededor de dos horas, deben hacerse exclusivamente con un guía certificado. Asimismo, por su ubicación, la entrada se paga solo en efectivo, con precios entre $4.000 para residentes locales y $28.000 para visitantes internacionales.
Sesquilé, apodado el «pueblo dorado», brinda una opción de turismo responsable que fomenta la conexión con el pasado indígena y el cuidado del entorno. La laguna no es solo un sitio turístico; es un testimonio de que las mayores fortunas de una tierra están en su memoria colectiva y en la preservación de su legado natural.





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